Tuesday, November 10, 2009
Detrás del espejo hubo una ranura en la que se metían las hojas de afeitar
Un día descubrí que el espejo de mi baño era una puerta que se abría a una alcoba con tres estantes. En medio de la pared hubo una ranura en la que, hace tiempo atrás, se metían hojas de afeitar. Esta característica de diseño se ha ido caducando de acuerdo con las nuevas tecnologías del aseo personal. Ahora afeitarse no resulta tan peligroso para los niños y los basureros.
Imaginar las antiguas hojas de los antiguos habitantes de mi departamento, que yacían oxidadas en las profundidades del espejo, me producía un anhelo particular. Me inquietaba no verlas. Pensaba a veces en excavarlas para comprobar su existencia. Quería tenerlas en la mano, hacerlas mías. Pero yo no había venido a quebrar el tiempo.
Entonces, hice lo más lógico: puse palabras detrás del espejo, secretos que siguen ahí donde ya no vivo más, entre conjeturadas hojas de afeitar. O a veces, nada más colocaba un dedo sobre la abertura, como si así pudiera besar al misterio.
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